¿Estaré a la altura? ¿Será demasiado duro? ¿Qué me encontraré ahí
arriba? Estas fueron las cuestiones que
no me dejaron dormir una noche de verano del 2000. A mis once años era mi
primera vez en pirineos, jamás había visto la nieve, y si todo salía bien al día
siguiente me encontraría en el lago de Marboré.
Catorce años después el
escenario es el mismo, las preguntas que me quitan el sueño son idénticas,
aunque esta vez no es subir al balcón el objetivo, esta vez se trata de la
Norte del Perdido.
Llegamos a Pineta sobre
las 11 de la noche, la idea es dormir un par de horas e intentar hacerlo en
Non-Stop.
A las 2 suena la alarma,
apenas hace una hora y media que nos tumbamos en la hierba del parador, ninguno
hemos dormido, pero al menos algo hemos descansado después del viaje de 6
horas.
Sobre las 3 empezamos la
ascensión, la misma luna nueva que nos proporciona un cielo estrellado es la
culpable de que no veamos más allá del haz de nuestro frontal. Los recuerdos se
van solapando, la ruta esta clara en mi mente, hay que ir hacia la izquierda,
pero la oscuridad y la nieve consiguen despistarnos. Llega un momento que nos
encontramos una franja rocosa infranqueable, dudamos… es imposible que sea por
aquí.
Mientras Gabi y yo
descendemos sobre nuestros pasos, José Luis y Tonet se paran a un lado a
ponerse los crampones. La casualidad es caprichosa y justo cuando paran a equipase
ven por donde va la senda. Después de unos cuantos gritos de nuestros compañeros Gabi y un servidor volvemos
a subir. Parece que por fin vamos bien.
Sobre las 6 de la mañana
contactamos con Roberto y Berta, ellos subieron ayer al balcón para hacer
noche, y deberían estar esperándonos para empezar juntos la ascensión.
"Nos perdimos, se nos echó
la noche y hemos vivaqueado como hemos podido después de subir un corredor. No
sabemos muy bien donde estamos."
Después de un rato
hablando con ellos e intentando localizarlos deciden bajar, nos dicen que
hagamos marcha, ellos bajaran tranquilamente hacia Pineta.
Dos largas campas de
nieve nos depositan debajo del otro espolón rocoso. Este hay que atacarlo por
la derecha. Realizamos una travesía por nieve dura. No es difícil, pero si
expuesta… veremos a la vuelta.
Por fin el famoso embudo,
ya se ve el cielo, el final de la subida, la puerta a la otra dimensión, esa en
la que el invierno aun sigue manteniendo una dura lucha con la primavera.
Sobre las 7.45 llegamos
al balcón. Se hace el silencio, la ocasión lo merece. Ahí está, majestuosa,
impresionante, altiva, y sobre todo cargada, muy cargada de nieve.
El despiste en la subida, y el tiempo que
hemos estado intentando localizar a nuestros compañeros nos han retrasado y
llegamos más tarde de lo previsto. Son
casi las ocho, entraríamos al corredor a
las 8.30. No se ve huella, y los aludes muy recientes. Empezamos a dudar, más
por las horas que por la nieve, sabemos que ha purgado bastante y que
difícilmente caerá algo durante el día, pero siempre está la duda. Seguramente la haríamos sin ningún problema,
no pasaría nada y a la bajada todo sería perfecto, pero aunque saliese bien,
seríamos conscientes de haber realizado una imprudencia.
En esos momentos
renunciar es más difícil de lo que parece, estás ahí, delante de la pared que
durante años te ha quitado el sueño. Infinidad de veces hemos intentado cuadrar
fechas, y cuando no era por mal tiempo era por falta de condiciones. Un bucle
infinito que se ha ido repitiendo durante los últimos inviernos. Pero aun así,
en ocasiones es positivo envainar la espada, batirse en retirada y volver en
otra ocasión más propicia.
Nos miramos, y sin hablar
esta ya todo decidió, hoy no será el día de la Norte. Pero ya que estamos aquí
arriba, habrá que aprovechar. Los Astazu cogen forma y se convierten en el
siguiente objetivo.
Hacemos la subida hacia el collado tranquilamente, la
nieve sigue dura y la progresión se realiza con comodidad
Al llegar al collado el
pirineo te recibe con su cara más salvaje. A un lado la Norte, el Cilindro y
Marboré. Al otro lado Gavarnie, el Casco, la brecha de Rolando, y al fondo el
omnipresente Vignemale mostrándonos su cara más amable.
Solo por disfrutar de
este paisaje merece la pena todo el esfuerzo físico, el madrugón y el haber
renunciado a la Norte.
Pero aun queda un pico
que subir. Comenzamos la ascensión que en pocos metros nos deposita en una
bonita y aérea arista final.
El pirineo francés, como
es de costumbre nos recibe con un mar de nubes, intentando disimular el vacío
que hay hacia Gavarnie.
A la bajada, la nieve
empieza a calentarse, lo que antes era la simple hendidura del crampón se
convierte en una huella profunda, hasta el tobillo. Preocupados por el estado del balcón, decidimos
dejar el siguiente Astazu para cuando hagamos el Swan y poder llevarnos un pico
ese día. O si la casualidad quiere que otro intento al Perdido sea frustrado,
tener aun un plan B con el que cubrir el día.
Bajada rápida por el
embudo, travesía tensa con la nieve ya más blanda, y de vuelta a la
tranquilidad del valle. A disfrutar de un buen reposo después de 13 horas
intensas de actividad.
Han cambiado muchas cosas
durante todo este tiempo, pero la ilusión con la que miro estas montañas sigue
siendo la misma que convirtió a ese niño de 11 años en un apasionado de la
montaña, de los pirineos, de Pineta, pero sobre todo, de la Norte del Perdido.
La tuvimos en la mano,
pero se esfumó, falta de decisión, exceso de prudencia, sentido común… no puedo
explicar bien lo que fue. Solo sé que volveré, que algún día recorreré esos
glaciales colgados, pasaré por debajo de los seracs y me encaminaré desde el
hombro a la cima, y entonces agradeceré que se me haya resistido, porque será
mucho más valiosa para mí.
Hasta el año que viene
Perdido.
Precioso relato, Luis! no dudes que algún día la Norte será nuestra!
ResponderEliminarUn saludo