miércoles, 2 de marzo de 2016

Aneto por el corredor Estasen

Recuerdo que la primera vez que oí hablar del Aneto fue a una profesora de religión que nos contó (no se a santo de qué) que ese verano lo había escalado. Por aquel entonces, mis conocimientos alpinísticos se limitaban a un par de visionados de “límite vertical” y a sonarme de oídas que existía un tal Juanito Oiarzabal que había conquistado todos los ochomiles a cambio de ir perdiendo falanges.

Con esa paupérrima base de cultura alpina era una de esas personas que pensaba que más alto equivalía a más difícil. 


Afortunadamente mi afición por la montaña empezó a desarrollarse paralelamente con la de la lectura de los grandes clásicos de la literatura alpina. Libros como: "estrellas y borrascas", "los conquistadores de lo inútil" o "la araña blanca" empezaron a invadir mi mesita mientras hierros, cuerdas y prendas de Goretex invadían el armario.

Todas estas lecturas fueron cambiado mi percepción del alpinismo y desterrando de mi subconsciente el maldito binomio "más alto-más difícil". En su lugar fue  calando el pensamiento de que importa más el cómo que el qué. Que es más importante como subir una montaña que la propia montaña en si. Sin darme cuenta me estaba convirtiendo en un intento de "alpinista clasicorro".


Por ello jamás he tenido prisa por coronar el Aneto. Un día decidí que cimas tan emblemáticas como Monte Perdido, Posets, Aneto o Vignemale no quería desvirgarlas por su ruta normal. Ya se presentaría la ocasión de subir cada una en su momento. Para el Aneto siempre había querido llegar por primera vez por la cresta de Salenques en verano o el Estasen en Invierno. Por ello cuando vi que Salva y yo coincidíamos en los días libres de esa semana supe que el momento del Aneto había llegado. Preparamos rápidamente la mochila por la noche y a primera hora de la mañana pusimos rumbo a Benasque.



Llegamos a Benasque y hacemos en coche la mayor parte de la pista de Vallibierna. En poco más de una hora ya estamos disfrutando del refugio de Coronas en exclusiva y empalmando la merienda con la cena. Anochece y poco más queda por hacer, nos metemos al saco intentando dormir las máximas horas posibles. Mañana nos espera una buena jornada de montaña, ¡ aun no me creo que un miércoles cualquiera vaya a intentar el Aneto!



Amanece el día frió pero bastante despejado. Empezamos a foquear desde la propia puerta del refugio, comprobamos que la nieve pierde continuidad en el bosque y que pronto vamos a comenzar el tedioso juego de poner y quitar los esquís de la mochila. Tedio solo superado por el momento de ponerse ese tormento creado por el demonio llamado polaina (me dan mucho asco las polainas, punto).


Para llegar al ibonet de Coronas tenemos que superar una pedrera que sube por el margen izquierdo del torrente. (Ya maldeciremos este tramo a la bajada).




Una vez llegado al ibonet de Coronas la nieve parece ya continua y volvemos a calzarnos los esquís. Vamos remontando palas de nieve hasta que llegamos un tramo en el que la nieve esta muy dura y ponemos las cuchillas. Las vistas que tenemos detrás son espectaculares y no puedo evitar girarme cada dos por tres a fotografiar a Salva.






Atravesamos zonas de nieve polvo, nieve costra, palas completamente heladas y hasta zonas de nieve cuyo color las convierte en una especie de dunas saharianas. Seguimos jugando a ponernos y quitarnos los esquís pero esta vez añadiendo la variante de los crampones. 





Ya hemos arañado bastantes metros del desnivel de la jornada, y por fin se nos presenta en primera plana el objetivo del día.


Ahora solo nos queda llegar a su base y franquear la primera muralla rocosa en busca de la entrada del corredor Estasen. Mientras llegamos, el pico Argüells y la cresta de Cregüeña proporcionan un marco natural inmejorable para encuadrar toda la cresta del Posets.






La primera parte del corredor es bastante física, la nieve esta muy blanda y tenemos que hacer bastante esfuerzo para ir abriendo huella. Pero en cuanto llegamos a su zona media la nieve se vuelve corcho y es una delicia avanzar. Cuando me quiero dar cuenta estoy afrontando la salida del corredor. 







Mientras espero a Salva me deleito con las vistas de la parte final de la cresta de Salenques. Empieza a soplar mucho viento y veo que una masa de nubes se nos empieza a echar encima. Decido empezar a subir el tramo de arista mientras Salva llega para no quedarme frío.




Este tramo consigue que tenga el calentón de la jornada. En la parte final me encuentro la arista tapizada por una cresta de nieve polvo. Cuando llego arriba, veo que había una huella que rodea el tramo de arista y llega a la cima por una campa de nieve. Le indico a Salva que es mejor que suba por ahí para evitar complicarse.



Ya está todo cubierto y la ansiada cima del Aneto me recibe con un fuerte viento y una visibilidad casi nula. Mientras, Salva recorre los últimos metros hasta la cima.


Foto de cima rápida. Decimos pasar cuanto antes el paso de Mahoma antes de que el tiempo empeore más.



En este gif se puede apreciar el viento que hacía en la cima.



Llegamos al paso de Mahoma y decidimos no sacar el arnés ni la cuerda de la mochila. 


El viento aumenta y noto como la resistencia que ofrecen los esquís empiezan a desequilibrarme bastante. Comentamos que es una tontería llevar las cosas en la mochila y estar arriesgando en un sitio tan delicado en esas condiciones. Decidimos sacar la cuerda.

Vaciar mochila, sacar arnés, quitar crampones (no me pasaban por la pernera) y ponerme el arnés. Esto puede ser una secuencia sencilla en un terreno cómodo, pero a mitad de cresta se convirtió en una verdadera prueba de equilibrio. Con la cuerda ya sacada finiquitamos la arista y empezamos a pensar ya en la esquiada de la bajada.


Antes de marcharnos, la cima se burla de nosotros y se despeja.



Pero ya no me importa, llega el momento de disfrutar de la bajada.


Solo nos separa de ella llegar al collado de coronas, aprovechar que llevamos la cuerda fuera y utilizarla para destrepar la bajada.





Mientras quitamos las pieles de foca y nos preparamos para la bajada, podemos ver por donde hemos subido y disfrutar de la panorámica de la cresta de LLosas.



Llegó el momento de la bajada. Por fin vamos a sacarle rendimiento al hecho de haber cargado con los esquís durante todo el corredor. Me dejo caer con confianza y en el primer giro noto que algo no va bien. Cuando me quiero dar cuenta estoy cocretizado por la nieve y en el suelo. Me levanto, me convenzo de que ha sido algo casual y vuelvo a intentarlo. Siguiente giro, siguiente ostia.

Parece que no es tan fácil esquiar la nieve costra, cada vez que intento girar se me clava el esquí y salto por encima. Asumo que no quiero volver a caerme y empiezo a bajar derrapando como si llevase una tabla de snow.




Le toca el turno a Salva. Primer giro, primera ostia. Joder.. parece que no soy el único que tiene problemas con esta nieve. Se levanta y vuelve a intentarlo. Segundo giro, segunda ostia. Pero esa vez no queda en un simple e inocente rebozamiento, la caída viene acompañada de un grito desgarrador.

Se me petrifica todo, pero veo que Salva hace intento de levantarse. Otro grito y se vuelve a desplomar. Esto es serio, empiezo a pensar en el helicóptero. 

Salva se vuelve a levantar y veo que consigue bajar un par de metros. Llego hasta el y me comenta que no sabe qué le pasa, pero que la rodilla no se le sostiene y nota como se le dobla sin poder hacer nada. Valoramos la opción del helicóptero, pero los dos sabemos que es demasiado tarde como para que venga a recogerlo. No queda otra que intentar bajar poco a poco.



Perder toda la altura posible antes de que anochezca. Ese es el objetivo. Le quito todo el peso que puedo de la mochila  y voy abriéndole la huella lo más recta posible para que no tenga que doblar la rodilla. Se que esta rabiando de dolor y que vamos muy lentos, pero le está echando muchos huevos y poco a poco vamos bajando metros.

Mientras el tiempo empieza a correr y se van apagando las luces del Pirineo.


Las horas siguientes de bajada solo Salva sabrá como pudo soportarlas, pero con calma y paciencia conseguimos llegar al ibonet de Coronas. Aquí empieza la parte crítica de la bajada. No hay un paso en el que Salva no chille de dolor, la rodilla se le va para todos los lados cada vez que pisa una piedra.

Decido quitarle los esquís de la mochila para que pueda sentarse y bajar sentado medio destrepando. Es un procedimiento lento pero al menos esto le permite no forzar la rodilla e ir recortando metros.

Yo no puedo aguantar tanto tiempo con la mochila puesta. Son muchas las horas de bajada y el peso literalmente lo he doblado. Me voy adelantado y parándome a quitarme la mochila para esperar a Salva cada 100 o 200 metros. También apago el frontal para ir ahorrando pilas, la noche va a ser larga.

Son en esos momentos en los que me tumbo y pese a las horas, el cansancio y la preocupación por Salva me siento el tío más feliz del mundo. Un miércoles cualquiera estoy aquí bajo un cielo estrellado y una luna casi llena que incendia todas las cimas del valle de Vallibierna.

Empiezo a pensar en todo lo que ha cambiado en este último mes que llevo en Taüll. Pienso en como las vivencias y el panorama que nos ofrece la montaña contribuyen enormemente a ensanchar y oxigenar las ideas. Desde las montañas, desaparecen todos los objetos pequeños y sólo lo grande conserva su forma.

Aquí resulta mucho más fácil dejar de pensar en los errores del pasado y aparcar el deseo de cambiar en el futuro para centrarse en el presente.

En la montaña se nos descubre un hecho fundamental. Que la vida no es más que aquello que se produce en el momento presente, algo fugaz. Tan fugaz como esta interminable bajada que después de más de 10 horas y un esfuerzo titánico por parte de Salva concluye en el coche. Ese coche que nos llevará al hospital de Vielha, hospital en el que descubriremos que Salva tiene una rotura de ligamentos.

Pero aquí no termina la historia. Somos seres condenados al deseo. Deseamos, siempre deseamos. Como decía Schopenhauer: "Por cada deseo satisfecho que asoma a nuestra conciencia, hay cuando menos otros diez que no lo son y que quedan envueltos en los velos inconscientes. La volición nos impulsa sin tregua pues cada deseo colmado cede al instante su puesto a otro, y otro, y otro, y así durante toda la vida."

Y esta cordillera es el lugar indicado para ir colmando deseos. Seguiremos informando.